A veces empezamos bien y es el tiempo el que nos va haciendo dudar de nosotros.
Ventanear las patologías familiares se ha convertido en un deporte en estos textos, así como recordar mi infancia.
Mi madre y mi hermana tienen la manía de guardar cosas: cajas, libretas, notas, y TODO lo que existe. Siempre que veo series de acumuladores, creo que ellas están a solo un mal día de llegar a ese punto.
Pero “gracias” a esta manía familiar, un día encontré un cuaderno de cuando yo era muy, muy pequeño. Forrado en papel lustre azul con mi nombre en la portada, se veían, junto a un margen rojo, mis primeros ejercicios para aprender a escribir: planas de mi nombre, seguidas de frases clásicas y una letra espantosa que uso hasta la fecha.
Todo el cuaderno estaba lleno en orden, acompañado de calificaciones en rojo y sellos de osos flojos y abejas trabajadoras. Pero lo bueno estaba al final. Si hojeabas el cuaderno de atrás hacia adelante, encontrabas mis dibujos, mis rayones y mis primeros textos. Y ahí, en todas las hojas, estaba el mismo una y otra vez y decía: “Viva Alfonso”. Casi en todas las hojas: "Viva Alfonso", "Viva Alfonso".
No sé, ni tengo idea de por qué me parecía que merecía yo tantas porras, pero claramente yo era mi fan. No sé cuánto tiempo lo fui. Ya después aprendí a odiar mis errores, mis debilidades; después empecé a comprender a la gente que decidía irse. En unos cuantos días se cumplirán dos años de que alguien me dijo al oído: "Ya no quiero estar aquí". Nos despedimos, se fue y nunca le pregunté el porqué.
Tardé casi seis meses en entender por qué no le hice esa simple pregunta, y fue porque yo tampoco quería estar aquí. En el fondo, yo también me iría y no podía culparla.
Todos los duelos son caminos donde avanzas y retrocedes como jugando serpientes y escaleras. Cuando crees que ya estás negociando, suena una canción que te regresa a la negación más profunda; ya estás pensando en otras cosas y Google Photos te recuerda que no estás ni cerca de olvidar algo.
Si algo he aprendido en estos dos años es que el tiempo cura muchas cosas, pero es absolutamente inútil en lo que tiene que ver con extrañar a la gente que no está.
Pero como bien dice Renato Garza, no importa qué tan importante sea algo para nosotros o qué tanto cambie nuestro mundo, igual mañana pasa el camión de la basura y el resto del mundo sigue igual.
Siempre son las etapas difíciles las que separan a la gente común de la extraordinaria. Una amiga a quien amo me acompañó en este lapso y tomé prestados sus “Viva Alfonso” en los cuales no creía para volver a ser un lugar donde sí quiero estar. Poco después, también se fue, pero no me dejó.
Yo no acumulo objetos (tanto como el resto de mi familia). Yo acumulo pláticas; puedo recordar charlas completas de hace décadas, frases que me significan, y como buen acumulador, algunas terribles solo cubren las importantes que se quedan enterradas en el fondo.
Tengo un “ya no quiero estar aquí” encima de muchos “te amo” brutalmente sinceros, como si fuera lo único que me dijo. Tengo cientos de reproches tapando muchos agradecimientos. Creo que después de dos años llegó el momento de hacer limpieza y tirar todo eso que ya no sirve. Aprovechemos que mañana pasa el camión de la basura y sólo guardemos lo que importa, lo que también fue, lo que nos hizo tanto bien y guardaré para el recuerdo y las “épocas difíciles” uno que otro:
“Viva Alfonso”.